Estamos entrando en época peligrosa. Vuelve el calor. Ya no tiene sentido salir a la calle con chaquetas o suéteres de lana. Tampoco hay que radicalizarse y pasarse al bando extremo del tirante o la manga corta de golpe, pero sí progresivamente. Esos gordos y largos abrigos deben volver a ocupar ese hueco mágico en el fondo del armario donde hibernan, pero en verano.
La época es peligrosa por varios motivos, unos más lógicos que otros, otros más obvios que unos, algunos más sensatos que la mayoría y casi todos más absurdos que el resto.
El dilema viene con tus problemas con el frío y mis problemas con el calor. Yo, voy a guardar abrigos para equilibrar el centro de temperatura de mi cuerpo y evitar males mayores. Tú, puedes seguir tiritando. O puedes hibernar en verano en una sauna. O puedes ponerte mantas y mantas, y comer estofados y sopas de cocido. Puedes calentar el café y dejarme a mí los hielos. O puedes poner la calefacción mientras yo saco la cabeza por la ventana. Puedes sudar del esfuerzo de abanicarme insistentemente. También puedes ponerte la ropa que yo me quite o regalarme tus pantalones cortos. Puedes saltar, puedes cantar, puedes bailar y puedes fumar. Puedes, en realidad, hacer todo lo que quieras.
Que yo, mientras tanto, seguiré esperando que se me pase el calor. Guardando abrigos, claro.
La época es peligrosa por varios motivos, unos más lógicos que otros, otros más obvios que unos, algunos más sensatos que la mayoría y casi todos más absurdos que el resto.
El dilema viene con tus problemas con el frío y mis problemas con el calor. Yo, voy a guardar abrigos para equilibrar el centro de temperatura de mi cuerpo y evitar males mayores. Tú, puedes seguir tiritando. O puedes hibernar en verano en una sauna. O puedes ponerte mantas y mantas, y comer estofados y sopas de cocido. Puedes calentar el café y dejarme a mí los hielos. O puedes poner la calefacción mientras yo saco la cabeza por la ventana. Puedes sudar del esfuerzo de abanicarme insistentemente. También puedes ponerte la ropa que yo me quite o regalarme tus pantalones cortos. Puedes saltar, puedes cantar, puedes bailar y puedes fumar. Puedes, en realidad, hacer todo lo que quieras.
Que yo, mientras tanto, seguiré esperando que se me pase el calor. Guardando abrigos, claro.