sábado, 6 de octubre de 2018

Imágenes

Las imágenes se suceden una tras otra en mi cabeza, dando vueltas sin parar, como palomas en la plaza de Sarajevo. Me recuerdan el vaso medio lleno, al borde de la terraza, en la bahía de Kotor. Y me hacen entender por fin, después de probarlo infinitas veces, a que sabe el cevapi.

Cuando pruebas el maíz callejero de Zagreb crees haberlo vivido ya, en una mejor vida anterior, donde infinitas hectáreas de campo estaban repletas de esa planta. Cuando quizás aún paseaban romanos por Split, o cuando llegaron los primeros autoestopistas a Trebinje. Los que, quizás aún, siguen ahí.

Las imágenes me remueven pensamientos y sentimientos, y me recuerdan por qué estuve allí. Me dicen que Slunj puede ser el lugar más seguro del mundo, donde los vecinos del pueblo todavía gritan por el kalimotxo. O se me nubla el corazón cuando pienso en las dos mitades de Mostar, y todo lo que un único puente puede llegar a separar.

Me evocan la imagen, sólo en mi imaginación, de un Dubrovnik desértico, donde la dolomita es el único protagonista y donde las maravillas de poniente brillan en su esplendor. Me hacen creer en un Belgrado comunista y tolerante, donde aún hay sitio para todos, controlen sus resacas o no.

Me hacen pensar que un día los Balcanes de la antigua Yugoslavia fueron una cuna cultural y social de referencia, donde al día siguiente sólo se veían tanques y cañones, y donde hoy sólo quedan restos, tanto de lo uno, como de lo otro. Quieran unos, no quieran otros. Y en medio, como siempre, los más débiles, que no tienen nada que decir, ni que hacer, ni donde quedarse.

Y el resto ajenos miramos para otro lado. Como con Líbia, como con Siria. Como hemos hecho siempre con ese trozo de tierra que llaman Bosnia y Herzegovina, donde nadie sabe nada y que tiene tantísimo por enseñar. Siempre tendré la imagen de todos sus rincones en la cabeza. Ahora que por suerte, de momento, todavía se podía visitar.