sábado, 24 de marzo de 2018

El consuelo que nos queda

Al final, a mi edad, después de años de lucha y trabajo para conseguir pulir mi escepticismo y mi razonamiento lógico al límite, me toca resignarme. Ni todas las horas gastadas en entender el funcionamiento del ser humano, ni las conversaciones para convernecer a los demás, me han podido alejar de aceptar el polvo en el aire.

Y eso que todo tiene el olor de lo que aún está vivo. Menos mi estrella fugaz, mi amiga.

Al final todo es tan sencillo como la vida, aquello que entendemos y lo que no. Tan simple como que todo principio tiene un final, pero que ese final sólo acaba cuando tú quieres. Puede que no sea nunca.

Y es que el consuelo que nos queda no es otro que aceptar, que ya por fin están juntos, como siempre lo estuvieron. Y que así es como tienen que ser las cosas, y así es como están bien. Porque tampoco podemos hacer nada para cambiarlo, y porque no es tan mal final si lo piensas. Y ni todo el egoísmo del mundo de las personas que les queríamos y necesitábamos tenerlos cerca, puede cambiarlo.

Y como el final no tiene por qué serlo, quedará en mí como el principio de algo infinito. Y queda en mí una fe increbrantable de que la paz y la felicidad infinita que siempre buscaron y necesitaron, por fin descansa con ellos. Y para el resto nos quedan sólo años de trámite para volver a reunirnos y sentirlo. Porque no puedo creer que en el mundo exista algo realmente tan definitivo como la muerte.

Y entender, después de tantos años de lucha y trabajo para pulir mi escepticismo, que la realidad y la lógica no son procesos naturales, o humanos.

O simplemente no estamos hechos para soportarlos.