viernes, 6 de noviembre de 2015

Hijos de amigos

La gente de mi generación (esto empieza a sonar carca) tenemos todos algo en común, o si no, la gran mayoría de nosotros. Somos todos hijos de amigos. O lo que es lo mismo, hijos de Friends. Sin ningún tipo de duda para mí la serie más trascendente de la historia... de la historia de mi vida, imagino que no tanto en los anales de la televisión (aunque sí tiene gran parte de importancia).

Y es que no hay nada mejor que llegar un día cualquiera a casa y que estén poniendo una reposición, todo y que ya hace 21 años desde que la serie comenzó a emitirse, y otros tantos desde que acabara. Aunque se empieza a ver la imagen sobre todo de las primeras temporadas con tono ciertamente añejo, a mi no me evoca recuerdos de mi adolescencia o de mi juventud, si no que de mi vida.

Porque todos los hijos de Friends tenemos algo en común, y es que crecimos creyendo que de mayores la vida era eso. Vivir cerca de tus amigos y compartir mil historias hilarantes mientras creces, te haces mayor y afrontas las etapas de la vida. Al fin y al cabo si lo piensas, ¿puede haber algo mejor?

Creo que dentro de mí hay un poco de cada uno de ellos. Bueno, de Ross no mucho. Tampoco de Rachel en realidad. Digamos que tampoco soy muy Mónica. De Joey, la verdad es que nada. Bueno vale, me flipaban Chandler y Phoebe. Tengo que admitir que de pequeña quería ser esa colega del grupo ingeniosa que siempre hacía bromas y con la que todo el mundo se reía. Y también me atraía esa idea de ser un poco extravagante a ojos del mundo, pero con una vida más que interesante en tu interior. Al final supongo que no fui ninguno de ellos, porque creces y aunque no quieras, te conviertes en ti misma.

Y si quieres dejarme postrada en un sofá, tomando un café, y riéndome durante horas, ponme un capítulo. O ponme tres. Qué coño, ahora me apetece ver la serie entera. Y volverla a empezar.

Y seguir soñando con que la vida será eso.