domingo, 8 de octubre de 2017

Siento compasión

Me da pena del resto del mundo que no pudo ser yo. De los que no crecieron en mi entorno, de los que no compartieron lo que yo recibí y los que no pasaron por todas las experiencias que yo tuve.
Siento lástima y pena por todo aquellos que no vivieron mi vida; todos los que no conocieron a la gente que yo conocí y no amaron a los que yo amé.

Siento desilusión y desidia por todos los que nunca me abrazaron, los que no me besaron y los que no me quisieron como si no existiera nada más.
Siento rabia y furia y miedo y odio por todos aquellos que no me aceptaron. Por los que no me entendieron y los que me rechazaron.

Siento compasión por todos los que no la conocieron. Porque ya nunca la conocerán y nunca entenderán realmente de qué está hecho su mundo; mi mundo.

viernes, 25 de agosto de 2017

Una parte de mí

He perdido una parte de mí, una grande e influyente. Como si me arrancaran un brazo, o una pierna, o si me quitaran algún órgano. He perdido una parte de mi ser, de mi alma. De todas esas cosas espirutuales que nunca he sabido si existen, y ahora siento parte de mí.
He perdido la fe, el hambre, la ilusión. He luchado contra mí misma por perder hasta la tristeza.

He dejado una parte de mí en ese hueco, en esa cama, en aquel pasillo. Y me siento tan perdida que no puedo ni llorar, ni arrastrarme, ni sufrir. No puedo estar triste ni estar en paz. No puedo ni pensar ni levantarme ni caer.

No puedo ni echarte de menos. No puedo ni arrancarte ni avanzar.

No puedo entender.

sábado, 12 de agosto de 2017

Un suspiro desesperado

"He notado una brisa pasajera, que me ha dicho, que tal vez, si quisiera..."

Ayer estuve en un concierto, después de muchísimo tiempo de no ir a ninguno, y fue un concepto especial, diferente, del que tenía muchas ganas. Sentadas, notando la brisa pasajera y marinera de la que tanto alardean precisamente sus canciones, en paz, con sólo una sonrisa y un pie acompasando lo que toda la vida habían sido saltos y golpes de descontrol y éxtasis.

Lo que me gusta de la música del Robe, sea en el formato que sea y lo llames con el nombre que sea, es que te sigue acompañando y descubriendo en cada instinto primitivo de tu ser, con un abanico amplio de emociones y sensaciones, normalmente de las más incontrolables e innatas. Será eso que llaman el efecto de la música, pero que cada uno sólo podemos ver reflejado en algo o alguien en concreto.

No creo que sea sólo cuestión de gustos. Es indomable por la cabeza o la razón o el corazón. No voy a llevar banderas ni voy a profetizar al profeta allá donde quieran quitar valor a lo que es con lo que era. Me da bastante igual el mito, la sensibilidad con lo intocable, la supuesta pérdida de autenticidad. No es una cuestión de normas o tradiciones que cumplir. La música es esencia, sin más.

Con un violín y con vientos como si fuera aquello que nunca hubiera querido escuchar. Y allí echando de menos todo lo que nunca quise sentir, lo que nunca quise hacer. Y echando también de menos aquello que hace tiempo que no siento y no hago. Y así, "como si se me encendiera alguna luz", te viene la inspiración por la vida, por respirar, y por querer seguir disfrutando del mundo.

Como si nunca tuvieras suficiente de nada. Como si pudiera decir, "que un rojo atardecer, que aún está sin mirar, se mirara y feliz se pudiera marchar".


viernes, 16 de junio de 2017

El ruido del silencio

Aunque parezca contradictorio, no lo es. El silencio es uno de los sonidos más molestos y ruidosos que puede haber. Se te incrustra en la cabeza y rebota. Da golpes, como una resaca dominguera de vodka.

El silencio da calor. Te hace mirar a todos lados como si pudieras oír algo en cualquier momento. Se te pega a la piel y te hace odiar cada poro de tu cuerpo. Da miedo y paz a partes iguales. Da hambre y sed.

El silencio también hace compañía. Te ayuda a levantarte temprano y te hace sentir miserable. Te engaña y te complace a la vez.

La compañía del silencio es como el significado de una cerveza. Reconfortante y traicionero. Triste y necesario.


sábado, 20 de mayo de 2017

Y sentarme a ver el mar

Y pararlo todo, de repente, al mismo tiempo que empieza a hacer efecto la brisa del mar en tu piel. Y saber, que después, no queda nada a lo que sujetarse, ni que esperar.

Y pretender que el viento que ha soplado en tu cara no significa nada. Y fingir que el frío que recorre tu espalda es cosa de la temperatura. Y creer, que pasado un tiempo, podrás dejar de sentirte viva de nuevo para volver tranquilamente a hibernar.

Y soñar, con sentarte a ver el mar de nuevo y que no exista barrera de arena que no se pueda atravesar.

Y sonreír, como si en todo este tiempo no hubieras estado triste.

martes, 28 de marzo de 2017

Los cuentos que no conté

El canto del mirlo anunciaba, año tras año, el inicio de la guerra entre los dos animales. Ninguno había olvidado las largas horas gastadas en buscarse el uno al otro, de amenazarse, de esconderse y mostrarse a la vez. Aquellos días en los que el cazador pasó de ser la amenaza, a ser el objetivo.

Filete movió sus largos bigotes buscando orientación. El ambiente empezaba a estar un poco caldeado para su gusto, pero nunca lo demasiado como para mantenerlo dentro de la casa mientras la puerta al exterior se mantenía abierta. Y eso no era algo que pasara todo lo a menudo que le gustaría. Subió al punto más alto de la terraza, allí donde sin saberlo se dividían los límites entre lo propio y lo vecinal. Para él todo era su mundo, y más ahora que el suelo era su territorio y el enemigo caía del cielo.

Intentó mostrarse fuerte y decidido una vez volvió a escuchar el sonido amenazante del pájaro. Sintió ese impulso interno y tan natural del cazador, de intimidar haciéndose grande en el gesto y bravo en el rugido. Miró a todos lados sabiéndose el dueño del lugar, mientras volvía a perder de vista a su presa, que con un leve aleteo cambiaba de sitio y ganaba la ventaja de la posición sorpresa.

Podían pasar horas así, mientras uno sobrevolaba el cielo y amenazaba con atacar, el otro le perseguía por la vía más corta y amenazaba con atacar también. Sin prisa, pero sin descanso, sin dejar de percibir la amaneza y sin dejar pasar la oportunidad de acechar al otro. Como si no tuvieran nada mejor que hacer, o como si fuera la mejor opción posible en la que pasar el tiempo. Por lo menos, hasta que el plato estuviera lleno de nuevo y el estómago vacío. Entonces estar dentro, incluso con la puerta cerrada, no era tan mala opción.