"He notado una brisa pasajera, que me ha dicho, que tal vez, si quisiera..."
Ayer estuve en un concierto, después de muchísimo tiempo de no ir a ninguno, y fue un concepto especial, diferente, del que tenía muchas ganas. Sentadas, notando la brisa pasajera y marinera de la que tanto alardean precisamente sus canciones, en paz, con sólo una sonrisa y un pie acompasando lo que toda la vida habían sido saltos y golpes de descontrol y éxtasis.
Lo que me gusta de la música del Robe, sea en el formato que sea y lo llames con el nombre que sea, es que te sigue acompañando y descubriendo en cada instinto primitivo de tu ser, con un abanico amplio de emociones y sensaciones, normalmente de las más incontrolables e innatas. Será eso que llaman el efecto de la música, pero que cada uno sólo podemos ver reflejado en algo o alguien en concreto.
No creo que sea sólo cuestión de gustos. Es indomable por la cabeza o la razón o el corazón. No voy a llevar banderas ni voy a profetizar al profeta allá donde quieran quitar valor a lo que es con lo que era. Me da bastante igual el mito, la sensibilidad con lo intocable, la supuesta pérdida de autenticidad. No es una cuestión de normas o tradiciones que cumplir. La música es esencia, sin más.
Con un violín y con vientos como si fuera aquello que nunca hubiera querido escuchar. Y allí echando de menos todo lo que nunca quise sentir, lo que nunca quise hacer. Y echando también de menos aquello que hace tiempo que no siento y no hago. Y así, "como si se me encendiera alguna luz", te viene la inspiración por la vida, por respirar, y por querer seguir disfrutando del mundo.
Como si nunca tuvieras suficiente de nada. Como si pudiera decir, "que un rojo atardecer, que aún está sin mirar, se mirara y feliz se pudiera marchar".
sábado, 12 de agosto de 2017
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