Hay una introducción a una canción que dice algo así:
"Vamos a contar ahora una historia que es verdad, y como todas las historias que son verdad, es una historia triste."
Vale, que igual no es la mejor introducción del mundo, ni lo más profundo que habéis escuchado nunca ni nada así, pero es una introducción que es verdad, y como todas las introducciones que son verdad, es una introducción triste.
No podría contaros la leyenda del 13 ignorando lo que fue su paso previo por el 8. Vale que el 8 nunca llegó a ser leyenda, ni siquiera fue más que un saco de recibir palos, pero en su basta soledad y tardía esencia implicó un espíritu de sacrificio y entrega necesarios para que, un tiempo después, el 13 se convirtiera en 13.
El 13 fue 13 porque el azar así lo quiso. Nunca se buscó a sí mismo ni se ilusionó con cosas que nunca llegarían. Simplemente apareció fruto de la casualidad y de la sucesión de varios infortunios: unas gotitas de sangre, algún que otro virus gripal y una condropatía ajena, le obligaron a vestirse de verde.
El 13 se convirtió en leyenda porque nunca quiso serlo, porque no esperaba recibir menos palos que los demás de la vida. Nunca buscó protagonismos ni lucirse bajo el tímido sol de Mollet que salió aquella fría mañana, un Domingo de Diciembre. El 13 sabía que no podía brillar porque ninguna superfície opaca lo hace.
Como cualquier héroe de película el 13 resurgió de la nada cuando nadie se lo esperaba. Escuchó su nombre en bocas sagradas y en medio de la agonía no pidió resarcirse ni encumbrarse; sólo quería que aquello terminara. El 13 fue tocado con la varita de los 30 minutos, recibió su dosis, y su vida le sonrió el mismo tiempo exacto que existió. Desde que apareció hasta que desapareció para siempre. Su existencia fue perfecta, inmortal. Irrepetible.
Pero si algo hace que tanto seres normales como extraordinarios lleguen un día a desprenderse de su trivial capa y se conviertan en leyenda es porque adquieren el valor más preciado por el que tanto ricos y pobres pelean, el que tanto sabios como tontos desean, pero el que sólo figuras como el 13 pueden llegar a alcanzar: la eternidad.
Y así es la historia triste, así es como suena la leyenda del 13. A mí no me echéis la culpa, ya sabéis que con la dramatización adecuada todo puede sonar hasta bien. Y es que quien es lineal, luego no tiene historias -como ésta- que contar.
martes, 12 de enero de 2010
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