En el mundo en que vivimos estamos acostumbrados a perder cosas con el tiempo casi sin darnos cuenta. La hipocresía, la superficialidad, la manipulación y el desprecio con el que acostumbramos a tratarnos los humanos los unos a los otros abarcan la gran mayoría de situaciones según más modernos y urbanitas nos volvemos, como si de un requisito para conseguirlo se tratase. Así, es normal que viejos valores y sensaciones tiendan a perderse con el tiempo, y a modo de protección frente al mundo que nos encontramos día a día tendemos a imitar estos comportamientos con tal de sobrevivir.
Es por eso que muchas veces es inevitable perder sensaciones tan humanas como la comprensión (no hay tiempo), la solidaridad (todos tenemos problemas), la empatía (¿quién va a pensar en mí, si no?) o la ilusión (el mundo y todo lo que encuentras en él se convierte en algo banal).
Por eso, sentirse humano de vez en cuando es un reto ya que a ojos del mundo empieza a verse un poco ridículo, como si perdieses la compostura, como un signo de debilidad o flojeza. Y a día de hoy nos resulta más comprometido mostrar nuestras emociones frente a los demás que cualquier otro acto social y público como estar borracho o montar un numerito.
Así que yo hoy, envalentonándome como la que más, me siento feliz de mostrarme ilusionada. Siento una ilusión sana, ajena de intereses ni compromisos. Una ilusión casi altruista por lo que este domingo va a pasar. Siento que siento e igual esa es la noticia, y me paro un segundo a saborearlo antes de tener que salir de nuevo a la calle y ver que el mundo sigue igual, perdiendo la esperanza de que las cosas pequeñas acaben abarcándolo todo y sólo preocupado por conseguir más y más.
Sólo me queda, entonces, con cierta alevosía y soberbia, pedir un minuto de silencio por todos aquellos que perdieron su ilusión. Porque ellos son los ridículos. Ellos son los débiles. Y probablemente, ellos son los ilusos.
Es por eso que muchas veces es inevitable perder sensaciones tan humanas como la comprensión (no hay tiempo), la solidaridad (todos tenemos problemas), la empatía (¿quién va a pensar en mí, si no?) o la ilusión (el mundo y todo lo que encuentras en él se convierte en algo banal).
Por eso, sentirse humano de vez en cuando es un reto ya que a ojos del mundo empieza a verse un poco ridículo, como si perdieses la compostura, como un signo de debilidad o flojeza. Y a día de hoy nos resulta más comprometido mostrar nuestras emociones frente a los demás que cualquier otro acto social y público como estar borracho o montar un numerito.
Así que yo hoy, envalentonándome como la que más, me siento feliz de mostrarme ilusionada. Siento una ilusión sana, ajena de intereses ni compromisos. Una ilusión casi altruista por lo que este domingo va a pasar. Siento que siento e igual esa es la noticia, y me paro un segundo a saborearlo antes de tener que salir de nuevo a la calle y ver que el mundo sigue igual, perdiendo la esperanza de que las cosas pequeñas acaben abarcándolo todo y sólo preocupado por conseguir más y más.
Sólo me queda, entonces, con cierta alevosía y soberbia, pedir un minuto de silencio por todos aquellos que perdieron su ilusión. Porque ellos son los ridículos. Ellos son los débiles. Y probablemente, ellos son los ilusos.
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